Verde Paria y el asombro de Colón

diciembre 19, 2017

Navegar por el Golfo de Paria hasta Bocas del Dragón me hizo sentir un explorador de América que fue a reclamar territorios olvidados de Venezuela.
Texto y fotos: Eduardo Monzón
Llegar a la esquina nororiental del país fue como un maratón feliz, porque iba a uno de los lugares que me causaba enorme curiosidad desde hace  mucho tiempo. Salí de Valencia una noche de lluvia torrencial,  en un taxi con dos chicas que conocí ese día y que eran parte de este viaje de trabajo. Llegamos a Caracas cerca de la medianoche, dormimos en casa de un amigo, en la mañana nos encontramos con el resto del equipo de Conbive y nos preparamos para agarrar carretera.

Salimos para oriente, paramos a almorzar en Boca de Uchire y se decidió que, aunque íbamos a Sucre, de Anzoátegui pasaríamos a Monagas para dormir en Caripe y retomar el camino al día siguiente hasta Güiria. Hubo motivos de logística para ese desvío.

El objetivo de esta travesía era llegar a la costa sur de la Península de Paria para evaluar el efecto que había tenido el derrame de petróleo ocurrido en Trinidad hace algunas semanas, que por su cercanía afectó principalmente  esta zona. Así que esta salida era como una secuela del viaje a Los Roques y, además, mi primera jornada oficial como integrante de Conbive.

Esa noche tomamos chocolate caliente para disfrutar de la baja temperatura de Caripe y dormimos en una cómoda posada, cuya dueña es un encanto. Amanecimos con frío y vista a la montaña, desayunamos y salimos a rodar de una. 

Amanecer en Caripe

Desde las montañas vimos una esquinita del Golfo de Cariaco, pasamos por Carúpano y nos adentramos en ese mundo verde que son las carreteras de Paria, donde la vegetación se va comiendo toda la vía. Más adelante aparecieron las palmeras y el camino se volvió tropical.


Llegamos rápido a Güiria, la curiosidad me invadía por este pueblo porque siempre he querido aprender sobre la influencia antillana y trinitaria que ejerce dominio en esta zona, en el lenguaje, la gastronomía, la arquitectura y hasta en la música.

Puerto de Güiria

Debíamos tomar una embarcación para navegar esa misma tarde hasta Macuro, pero los planes cambiaron y no pudimos irnos porque el ferry ya se había marchado sin nosotros. Nos habían recomendado que buscáramos apoyo en el puesto de Guardacostas para poder dejar los carros en un lugar seguro, como las autoridades vieron que no pudimos irnos nos ofrecieron quedarnos esa noche en su sede, fue divertido y extraño vivir esa experiencia porque nos tuvimos que adaptar a la vida militar, dormir como soldados y despertar con el toque de diana, a pesar de todo nos trataron muy bien y fueron amables con nosotros.

En la mañana hicimos lo posible por realizar un recorrido por la costa de Güiria, para informarnos sobre la limpieza del crudo que llegó a esta zona, sin embargo nos dimos cuenta  de que había un grave conflicto entre las comunidades  y los trabajadores de PDVSA, vivimos un momento tenso cuando fuimos la playa al lado del puerto principal y por un momento comenzamos a vernos rodeados de personas extrañas que posiblemente pensaban que éramos trabajadores de la industria petrolera. Entendimos que nuestra integridad física estaba en peligro y que no podíamos movernos solos por el lugar. Las huellas del petróleo derramado que vimos en ese sitio fueron impactantes para todos.


Luego fuimos a la plaza del pueblo para conversar con varios pobladores sobre los problemas que les había traído el petróleo en la pesca y en el consumo de productos del mar. Nos contaron sobre sus peñeros sucios de hidrocarburo y la necesidad de ir a pescar más lejos para no correr el riesgo de consumir alimentos contaminados.


Finalmente al mediodía nos fuimos al puerto para abordar el ferry en el que navegaríamos durante dos horas para llegar a Macuro. Me sorprendió ver que se trataba de un barco moderno y en muy buenas condiciones, en el que nadie paga nada para montarse. Desde ese momento me invadió la emoción y me sentí el propio Cristóbal Colón a punto de descubrir nuevos horizontes.



El ferry se puso en movimiento  y la lluvia se convirtió en nuestra compañera inseparable, las nubes nos cubrían y el paisaje se llenó de colores densos. No podía dejar de mirar a todos lados para entender la geografía, miraba al mar, las montañas y hacia el sur, para imaginar cómo sería la desembocadura del Orinoco. El movimiento era lento, el sonido del ferry perturbador y constante, aun así el trayecto se me hacía tranquilo, seguramente por el clima fresco y esa humedad que nos invadía por cada costado.




Quería fijar en mi mente todo el recorrido, que se iba pintando de verde a medida que las nubes lo permitían y la lluvia se alejaba. Hicimos una parada en una base militar con un muelle enorme, ahí se bajó un soldado que nos contó que lo habían enviado a este lejano lugar como castigo porque su superior se dio cuenta de que tenía una novia en su mismo comando, creía que se trataba de celos porque el superior como que estaba interesado en su chica. Me pareció una historia digna de película.


Seguimos navegando, la lluvia se fue quedando atrás mientras se aproximaba la llegada a nuestro destino. Una enorme bahía verde esmeralda se fue dibujando, abrazada por montañas abarrotadas de cientos de árboles que bajaban hasta  los pies del mar y se fundían con algunas palmeras.

Primera mirada a Macuro

Mientras nos acercábamos se me hizo fácil comprender el asombro que debió sentir  Colón cuando en 1498 arribó  a ese suelo y, ante la belleza de aquel lugar, lo bautizó como Tierra de Gracia. Era el verde pariano en todo su esplendor, que vibraba más fuerte hacia un lado de la playa donde los rayos del sol se reflejaban.


En Macuro parece que el reloj se detuvo hace muchos años, el pueblo tiene un aire de olvido y descuido, aunque la tranquilidad del mar flota por sus pequeñas calles y hace que el abandono pase desapercibido. Lo primero que se ve apenas pasamos del muelle al malecón es la estatua de Cristóbal Colón, ratificando el espíritu histórico de este lugar.


Nos instalamos en una casita muy cerca del malecón, dejamos el equipaje y fuimos a caminar por todo Macuro. Aquí sí se hace completamente evidente la influencia de las Antillas y de Trinidad, la arquitectura de Macuro me llamó mucho la atención por sus altas paredes, las largas puertas de madera, los techos de lata y curiosas figuras talladas sobre puertas y ventanas. Por momentos era sencillo pensar que estaba en  otro país, pero es que Macuro está más cerca de Trinidad y Tobago que de otra ciudad venezolana.






Recuerdo que la primera mañana salí a caminar por la playa para ver si había presencia de petróleo, en ese  recorrido noté que solamente había muchísimas manchas pequeñas de crudo pegado en miles de piedras. Al mismo tiempo me dediqué a contemplar la playa, en la que extrañamente nunca me provocó bañarme.


Me llamaba la atención saber que estaba en una playa que no se ubicaba  en nuestra costa Caribe, en la que casi siempre estamos viendo hacia el norte, esta vez se trataba del Golfo de Paria y nuestra vista apuntaba hacia el sur. Creo que con el tiempo he desarrollado algún tipo de inteligencia que me ayuda a ubicarme mejor geográficamente.

Esa mañana llovió muchísimo, como solo lo hace en Paria, allá la los aguaceros intensos se intercalan con cortos periodos de claridad, es una locura de lluvia-sol-lluvia-sol que nunca se sabe cuándo va a parar, con ese clima es fácil entender cómo crece tanta vegetación en esta zona, incluso tan cerca del mar. Una vez vi en un documental que Paria es la primera parte de América del Sur con la que chocan nubes que vienen del Caribe y el Atlántico, por eso la lluvia es frecuente y las selvas tan frondosas.

Tuvimos que retrasar varias veces una jornada que hicimos para recolectar plástico en la playa y agrupar montones de piedras llenas de petróleo. Regresamos a almorzar empapados bajo un palo de agua. Era Paria siendo Paria.

Hay algo muy cómico que recuerdo con mucha gratitud, una de las cosas que queríamos saber con esta visita a Macuro era cómo había afectado el petróleo derramado en el consumo de pescado, que es el principal alimento de esta zona. Los habitantes estaban consumiendo su pescado como si nada, también nos contaron que habían tomado la precaución de pescar más lejos de lo común, pero solo eso. Aunque el tema nos preocupaba, no teníamos ninguna forma de verificar si el pescado estaba contaminado de alguna forma o no, además los pobladores comenzaron a regalarnos pescado y eso era lo que había para comer.

Atesoro esos momentos en la que aquella casa en la que nos quedamos a dormir olía a puro pescado frito, luego nos sentábamos todos a comer, descalzos, con vista al malecón y brisa fresca entrando por todos lados. Si eso no era la felicidad se le parecía mucho. Yo cada vez que podía me iba a sentar al malecón, porque lo teníamos en frente, ese era mi lugar favorito para estar en Macuro.


Es tarde también fue especial, nos fuimos caminando por la montaña hasta Aricagua, una especie de ensenada que está justo al lado de Macuro. Juro que es una de las playas más sorprendentes que he visto, porque estaba atiborrada de verde, muchísima vegetación la rodea, por un extremo hay un bosque enorme de árboles altísimos que jamás  hubiese imaginado que podían estar tan cerca del mar, a los pocos pasos había manglares, un caño oscuro donde estaba una baba, luego el mar esmeralda inmóvil donde nadaban las tortugas marinas, las aves volaban sobre nosotros y un extraño animalito saltaba por el mar. Era una locura, como un zoológico natural al aire libre, en exclusiva para nosotros, yo estaba atónito ante tanta biodiversidad.




En Aricagua tuvimos la oportunidad de conversar con varios pobladores que, sin saberlo, nos dieron muchísima información valiosa para entender cómo es su estilo de vida, la faena de la pesca y la realidad social de esta zona tan remota y compleja.

En la mañana siguiente llegó el momento que más habíamos esperado, salimos a navegar hacia el extremo de la península para visitar las playas de anidación de tortugas marinas y evaluar los daños por el derrame. Estaba muy emocionado porque conocer esta zona de Paria era como un sueño para mí.

Desde el primer minuto el paisaje fue arrollador, me sorprendían los verdes en el mar y las montañas, era impactante observar los enormes farallones que reposan frente a la línea costera, sobre los que también crece abundante vegetación. Mis compañeros biólogos me explicaban que en esta zona del golfo el agua es menos salada, por la influencia del Orinoco, esto hace más propicio el ambiente para el crecimiento de la flora.



En un momento del trayecto algo cambió, el viaje se volvió perfecto y todo se pintó de verde Paria, el mar irradiaba un tono esmeralda brillante, los árboles invadían los acantilados. Era el paisaje pariano a todo volumen, tropical, exuberante y paradisíaco. Todo se me olvido por un momento, solo podía concentrarme en la emoción de contemplar este lugar tan auténtico de Venezuela.




Uno de nuestras guías nos señaló un punto con el dedo y nos dijo que ese era el fin de la península, ahí se cruzaba para pasar a la cara norte de Paria. Estábamos en Bocas del Dragón, el estrecho que separa a Venezuela de Trinidad, cuyas siluetas podíamos ver claramente. No se me ocurre otro nombre más impactante y elocuente para ese lugar del mapa, Bocas del Dragón.

Siluetas de Trinidad 

Aquella ebullición de emoción y asombro se frenó abruptamente cuando nos detuvimos un una playa muy pequeña, de gran importancia para el desove de las tortugas marinas. Fue dramático lo que encontramos, el petróleo la había cubierto casi por completo, fue muy triste y desde ese momento nos embargó la impotencia, porque no teníamos forma de limpiar aquel desastre. Apenas nos bajamos del peñero todos nos llenamos los pies de manchas petróleo, además habían muchísimos desechos de plástico.



Los esfuerzos se concentraron el procurar abrir un poco el paso para que las tortugas pudieran ingresar al fondo de la playa sin encontrar grandes troncos ni desechos de plástico. Nos tuvimos que marchar llenos de petróleo y un poco decepcionados por no poder hacer más. Solo esperamos que el tiempo y la naturaleza pudieran borrar las huellas de estos errores humanos.

Comenzamos a navegar de regreso y yo solo quería saltar del peñero para nadar en aquel mar perfecto de verdes, hicimos una nueva parada en otra playa más grande, donde afortunadamente no encontramos grandes rastros de crudo aunque sí mucha basura, a pesar de eso vimos nidos de tortugas y eso nos devolvió la esperanza en la sabiduría de la naturaleza. En esta playa me bañé un rato y desde la orilla podíamos ver claramente la Isla de Patos, que le pertenece a Venezuela. Hubiésemos querido llegar a esta isla para evaluarla también, pero no era factible en ese momento.


Isla de Patos

Al volver, Macuro nos mostró su cara más radiante, creo que fue el único día sin lluvia, el cielo estaba perfecto y el malecón rebosaba frescura. Tuvimos que dedicar un rato a limpiar el petróleo con el que nos habíamos manchado y luego caminamos hasta la montaña para bañarnos en un pequeño pozo frío.  Un atardecer rosado le dio la bienvenida a una noche en la que dormimos muy poco, debíamos madrugar para estar a las 4 de la mañana en el muelle, a la 5 salíamos para Güiria.


Desde el ferry recibimos al amanecer y me sentí muy orgulloso por este viaje, me pareció un acto de soberanía, un reclamo de nuestro territorio para atender a la Venezuela olvidada que se niega a morir de abandono.

Olvidados. Así se sienten los habitantes de Macuro, nunca terminaron de construir la carretera que comunicaría su pueblo con el resto de Venezuela, casi todos sus alimentos tienen que buscarlos en Güiria, al igual que los servicios de salud, para eso deben navegar 4 horas entre ir y venir. Los Guardacostas de Macuro no tienen embarcaciones grandes para interceptar a naves modernas y veloces que trabajan para el narcotráfico y el contrabando. Tengo fe en que esta zona mágica del país tendrá una mejor realidad, así como el resto de Venezuela.

Ese mismo día salimos de Güiria para dar un paso rápido por la cara norte de Paria, fue una enorme alegría volver a Playa Medina luego de dos años y verla igual de perfecta, sin una sola gota de petróleo. Almorzamos en Río Caribe y volvimos a Caripe para dormir esa noche y regresar a Caracas el siguiente día.

Breve visita a Playa Medina

Todavía reviso los mapas y me parece increíble saber que estuve allá, en este rincón místico y enigmático de la geografía.







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1 comentarios

  1. Muchas gracias Eduardo por este relato que me ha transportado hasta mi hogar en la Península de Paria. Me quedo con los pasajes de tu relato en los que te encontrabas atónito ante tanto verde. Es que es así de enigmática esa tierra. La extraño desde lo más profundo de mi alma, la siento en cada latido y la recuerdo en la piel bronceada de mi hija, ella nació allá. Un fuerte abrazo y espero que regreses a Paria y continúes deleitándonos con tus fotos y relatos a los que estamos al otro lado del atlántico. Bueno... si es que aún sigues en Venezuela. Un abrazo.

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